sábado, 2 de febrero de 2019

MIRADAS ROZANDO SINFONÍAS DE COLORES: el arte pictórico de María Jesús Hernández


Paul Klee: «El arte no reproduce lo visible; vuelve visible» (Teoría del arte moderno).

La ventana del cuadro es una superficie mágica y misteriosa en la que se cruzan y entreveran lo visible y lo invisible (en reciprocidad, en tensión mutua). Es una caja de resonancias y vibraciones, un receptáculo en el que un mundo se aloja y comunica su sentido.
Si preguntamos por el cometido de una obra pictórica podemos decir que ella da a ver, se propone visibilizar lo invisible (y, también, invisibilizar lo visible, en un juego de tensiones entre lo que muestra y lo que esconde). Así, un cuadro es un umbral en el que se explicita un límite en lo (in)visible.
 Preguntemos, pues, partiendo de la anterior indicación: ¿qué nos dan a ver -o, más ampliamente a ‘sentir’- estas concretas obras de arte (enormemente evocadoras y poderosas)? Señalarlo es, ante todo, cursar una invitación a sumergirse en ellas, a perderse en su mundo, en el sentido de su sensibilidad, en eso que a través de ellas se nos expone y revela, sacudiendo nuestros hábitos y dejando emerger algo dormido o latente.
Su protagonista principal -aunque no el único- es el color; así, aquí, todo el arte pictórico se concentra en el juego de su distribución, en el modo de su composición. Las oleadas de color se esparcen y se mezclan por capas, se superponen, se solapan, se interrumpen, se delimitan mutuamente, se dispersan, se condensan. Los colores predominantes son el rojo y el azul, con sus gamas correspondientes, según sus grados de luminosidad, su matiz propio y su nivel de saturación: las superficies rojizas y azuladas despliegan un amplio arco de tonalidades sonoras, un ritmo musical, pero también silencioso, callado, como poso que deja la melodía que se desvanece.
La trayectoria de un artista es el rastro de su investigación, de su interrogación, y, también, de las respuestas que ha ido localizando; cada obra artística -cada cuadro- es una respuesta, un fragmento de ella. Esa trayectoria nunca es lineal: está siempre enredada, viaja en múltiples direcciones a la vez; por otra parte, las secuencias de obras concretas se agrupan en series (a veces bajo un título colectivo), y cada una de ellas está movida por una exploración común, se concentra en un motivo, en un interrogante, en una veta de extracción. Y, ¿cuáles son las coordenadas de esta búsqueda? Destacaremos dos: por una parte, el azar desordenado, incluso caótico, del color se conjuga, en un equilibrio inestable, con un orden geométrico, una trama matemática; por otra parte, cada artista está definido, además de por su impronta indeleble, por una serie de hitos de la tradición que han abierto una senda fecunda para la indagación artística, así, esta búsqueda singular es una condensación de otras muchas: la de Matisse, Klimt, Klee, Rotkho, Zobel, Richter, y, también, Fra Angelico y Goya.

Pero volvamos a lo principal: ¿qué se nos da a ver, a sentir (en una mezcla de perceptos y de afectos), en estas obras pictóricas? En ellos nos atrapan sugerentes sinfonías de colores, rítmicos conciertos de texturas. Cuando la mirada se posa en estos cuadros, en estas superficies vivas y palpitantes, roza con su tacto unos sonidos tejidos con colores; se despiertan, así, emociones serenas o agitadas en medio del despliegue de una percepción que reúne en un mismo punto de intensidad el tacto, el oído y el ojo.
Estas obras pictóricas son, aplicando una palabra que se ha vuelto moneda corriente, “abstractas”. Y eso es cierto, pero a la vez, como suele ocurrir, equívoco. Un “cuadro abstracto” no está, por serlo, exento de referencias: apunta desde dentro de sí mismo hacia fuera, hacia específicos temas o motivos. Muchos de los cuadros de esta singular artista son paisajes y son atmósferas; son, juntándolos, paisajes atmosféricos que nos envuelven y arropan. Cada una de las obras, con su mundo propio, su peculiar combinación de orden y caos, nos solicita que la habitemos, que vivamos en ella, que nos sumerjamos en su clima, dejándonos envolver por ella, encontrando así refugio, cobijo, residencia. A su vez esos paisajes o esas atmósferas nos orientan unas veces hacia abajo (al suelo, a la tierra) y otras hacia arriba (hacia el cielo de las nubes diurnas o el cielo de las noches estrelladas); y otras veces, nos orientan hacia el horizonte, hacia la dimensión intermedia entre la tierra y el cielo, con el sucederse del día y la noche (y, también, en ocasiones, nos transportan a la profundidad marina). Moviéndose sobre estos ejes o coordenadas se despliegan con fuerza -a veces contenida y otras desatada, en pura calma o en plena tormenta- unos universos cromáticos seductores, atrayentes, llenos de brillo y esplendor.
Pero esto no es todo, además de paisajes ensoñadores y atmósferas envolventes la búsqueda artística se orienta, en varias series de obras, hacia la abstracción geométrica, o, incluso, dentro de la abstracción figurativa (con la silueta de una hormiga como hilo conductor de la composición). La indagación, por lo tanto, está siempre enredada en distintas direcciones.
La superficie del cuadro pintado no es, aquí, en estas obras, plana. Su específica profundidad está en una trama de texturas generadas por la multiplicidad de capas. Y aquí encontramos una feliz peculiaridad que merece ser destacada: la base o el fondo de estos cuadros es un ‘estofado’ con láminas a veces de oro y otras de plata o aluminio (unos metales nobles que, desde atrás, desde debajo, irradian sus destellos y deslumbran con su fulgor); es reseñable cómo los artistas actuales aprenden sin complejos del pasado, recuperando en un contexto contemporáneo medios expresivos de la tradición.
Por estos cauces sutiles, sinuosos y exquisitos discurre la meditada propuesta artística de María Jesús Hernández. Merece la pena acercarse a este universo pictórico: está lleno de alusiones, sugerencias, poéticas ensoñaciones concentradas en una explosión unos colores palpables rítmicamente enlazados, sonoramente trenzados en una sinfonía que es danza y reposo, recogimiento y expansión, música y silencio.
                                                
                                      Alejandro Escudero Pérez    

TIME TO WARM UP

Hasta el 3 de marzo se puede visitar la exposición en el Hotel Eurostars Central. C/ Mejía Lequerica 10. Madrid